Límites. Educación desde el amor.
- Rocío Guillén
- 16 ago 2019
- 3 Min. de lectura
La difícil tarea de ser mamá/papá en un mundo competitivo y cruel, pero más cruel es criar hijos desalmados que ven enemigos en donde pudiera ver aliados.

Como mamá, he leído, buscado información y personas que me ayuden a ser una “buena mamá” y en el camino me he encontrado mil herramientas, corrientes, historias, tips y demás, de ahí he buscado discernir y decidir cuales me convencen, cuales me gustan, cuales me resuenan y, sobretodo, con cuales si “puedo”. Y definitivamente, en el proceso me he equivocado y me equivocare infinidad de veces, sin embargo, sea cual sea el camino que elija, me he dado cuenta que tiene que resonar conmigo, con mi historia y mis anhelos, para después, hacer las paces con lo que no tuve y quise y con lo que tuve y hubiera preferido no tener, para reconciliarme con mis ancestros, reconociendo lo que ellas fueron y dieron. Este es un camino sinuoso, pedregoso y a veces, peligroso, pero sin duda muy reconfortante.
Y así llegue a la filosofía de la no violencia y educación para la paz, un tema maravilloso, fascinante y retador, en especial en este mundo de “competencias” de sobajar al otro para yo poder salir.
Así he observado, y no es solo mi percepción creo, que la base de todo esto es el amor; el amor propio y el amor al otro. Suena simplista, pero me explicaré más adelante. Si centráramos la educación en la primera infancia y reconocemos que la base debe ser el amor, entonces tal vez no sea una tarea imposible, aunque suene un tanto utópico y es un gran reto, tal vez es posible.
Aquí es donde trataré de explicar esto del amor. Porque ¿quién no ama a sus hijos?, sin embargo, me refiero al amor que involucra como parte fundamental el respeto, la tolerancia y la conexión. Donde este amor sea tanto para el niño como para quien cuida ese niño, es decir si yo como mamá y cuidadora de mis hijos, me centro en el amor (respeto, tolerancia y conexión) para con ellos, pero también para conmigo, entonces el mundo podría volverse más cálido, más simple y tanto mamá como hijos, tendrían su energía puesta en aprender y no en hacer que el otro le ame y le respete, pues esto ya sería algo implícito, no algo que se tiene que ganar.
En esta relación dual, el niño siempre trata de que mamá lo ame, y la mamá de hacerlo bien para que la reconozcan y “la amen” (su hijo, su familia, su esposo, sus padres y la sociedad en general). Si este amor se diera como un hecho y nadie lo pusiera en duda ni lo convirtiera en moneda de cambio, las relaciones humanas serían distintas, dejaríamos de perder el tiempo en querer agradar a otros, en competir por el amor, la atención y el reconocimiento que no me dieron y que anhelo.
Difícil tarea la de ser mamá/papá en un mundo competitivo y cruel, pero más cruel es criar hijos desalmados que ven enemigos en donde pudiera ver aliados.
Creo firmemente que una clave para hacer que ésta utopía deje de serlo y se vuelva realidad, es:
Hacernos conscientes de que los niños, no “son solo niños”. Es decir, son personas que están creando su concepto del mundo y, por tanto, todo lo que les digamos y hagamos contribuirá para ello. Reconocerlos, escucharlos, guiarlos, ponerles límites desde el respeto y el amor, siempre será la base.
En nuestro interior habita un niño herido, que necesita ser escuchado, amado, reconocido, guiado, que requiere límites desde el amor y no desde el miedo y el castigo, que requiere ayuda para cambiar sus percepciones e interpretaciones del mundo.
En resumen, el principio de dar amor, es primero dármelo a mí, porque no puedo dar lo que no tengo, para después amar.
Y aclaro, amar no es permitir todo, si hablo del amor a mí primero, y luego al otro, entonces, me pongo y le pongo limites a quien sea necesario, porque lo que siento y quiero es válido, y lo que el otro siente y piensa también. Así mis límites son por amor y respeto a mí, los limites que los demás me ponen son por amor y respeto a ellos. Y así se vuelve un “juego” donde respetamos, escuchamos, conectamos con el otro y con nosotros, y los no, se vuelven una muestra de amor y no un rechazo.
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